Yo

diccionario de psicologia terminos con a
(al. Ich; fr. moi; ingl. ego; it. io)

La reflexión filosófica dio consistencia a este concepto con R. Descartes. Antes de él la tradición platónica-agustiniana hablaba de “conciencia”, con una acepción sustancialmente moral.

Descartes, superando el “realismo ingenuo” de la filosofía antigua, según la cual las cosas son tal como la visión y el pensamiento humano las acogen, afirma que el único conocimiento seguro que se presenta a quien observa atentamente sus propios pensamientos no concierne a los objetos externos sino a la existencia de un yo pensante (cogito), respecto al cual los objetos externos son sólo representaciones.

En los siglos posteriores la noción del yo iría asumiendo, en el discurso filosófico, varios significados que oscilan entre una concepción sustancial del yo, sede de la identidad personal, y una concepción funcional, que concibe al yo como principio unificador de la experiencia, hasta llegar a F. Nietzsche, para quien el yo es una ficción que resulta de fuerzas heterogéneas (deseos y voliciones) irreductibles a una identidad, que por lo tanto no tiene ninguna validez, ni teórica ni práctica; por el contrario, agrega Nietzsche, con toda probabilidad “el yo es un producto de la gramática”.

S. Freud, siguiendo la huella de Nietzsche, introduce en el yo pienso de Descartes la mis- ma duda que Descartes había introducido en el realismo ingenuo que lo precedió, desenmascarando en la visión inocente del yo lo que el yo iniciado por Descartes había desenmascarado en la visión ingenua de la realidad. Se abre así el juego entre apariencia y realidad, oculto y visible, latente y manifiesto, donde el yo aparece como elaboración secundaria de una realidad que no es yoica, y que Freud, asumiendo la expresión de Nietzsche, llama ello (v.).

PSICOANÁLISIS

Esta disciplina es el laboratorio más significativo en el cual en nuestro siglo XX se unificó la noción de yo, que Freud concibe como una instancia del aparato psíquico (v.), diferente del ello y del superyó, y que se puede considerar desde diferentes puntos de vista:

Desde el punto de vista tópico

El yo es una relación de dependencia: de las pulsiones que tienen su sede en el ello, de los imperativos del superyó, y de las exigencias de la realidad. Como mediador de las diversas instancias muchas veces contradictorias de la persona, el yo, escribe Freud, “sometida a tres servidumbres […] de peligros: de parte del mundo exterior, de la libido del ello y de la severidad del superyó. […] Como ser fronterizo, el yo quiere mediar entre el mundo y el ello, hacer que el ello obedezca al mundo, y –a través de sus propias acciones musculares– hacer que el mundo haga justicia al deseo del ello.” (1922 [1976: 56]).

Desde el punto de vista dinámico

El yo representa, en el conflicto de la personalidad, el polo defensivo; esto se manifiesta con los mecanismos de defensa (v.) que se activan en presencia de un afecto desagradable que Freud llama “señal de angustia”: “El yo es el genuino almácigo de la angustia. Amenazado por las tres clases de peligro, el yo desarrolla el reflejo de huida retirando su propia investidura de la percepción amenazadora, o del proceso del ello estimado amenazador, y emitiendo aquella como angustia. Esta reacción primitiva es relevada más tarde por la ejecución de investiduras protectoras (mecanismo de las fobias). No se puede indicar qué es lo que da miedo al yo a raíz del peligro exterior o del peligro libidinal en el ello; sabemos que es su avasallamiento o aniquilación, pero analíticamente no podemos aprehenderlo.” (1922 [1976: 57-58]).

Desde el punto de vista económico

El yo desarrolla una función de vínculo de los procesos psíquicos, y esto también cuando se expresa en operaciones defensivas en las cuales, contaminados por los caracteres típicos del proceso primario (v.), los intentos de vínculo asumen un carácter compulsivo, repetitivo y poco capaz de adherirse a los datos de la realidad, como en el mecanismo arriba citado de las fobias.

Desde el punto de vista genético

Freud formula dos hipótesis poco compatibles entre sí: la primera considera al yo una diferenciación del ello debida al contacto con la realidad exterior; la segunda lo ve como el resultado de identificaciones que llevan a la formación de un objeto de amor investido por el ello. Los dos puntos de vista los expone Freud así: “El yo se desarrolla desde la percepción de las pulsiones hacia su gobierno sobre estas, desde la obediencia a las pulsiones hacia su inhibición. En esta operación participa intensamente el ideal del yo, siendo, como lo es en parte, una formación reactiva contra los procesos pulsionales del ello. El psicoanálisis es un instrumento destinado a posibilitar al yo la conquista progresiva del ello. […] En verdad, se comporta como el médico en una cura analítica, pues con su miramiento por el mundo real, se recomienda al ello como objeto libidinal y quiere dirigir sobre sí la libido del ello. No sólo es el auxiliador del ello; es también su siervo sumiso, que corteja el amor de su amo” (1922 [1976: 56]).

A partir de esta estructura genética encuentran su justificación las nociones de narcisismo (v.) en las que el yo se ofrece como objeto de amor a la libido exactamente como si fuese un objeto externo, y de identificación (v.), donde el yo se vuelve depositario de las relaciones intersubjetivas, con las consiguientes formaciones internas que dan inicio al ideal del yo, al yo ideal y al superyó como sistema de prohibiciones (v. yo, ideal del; yo ideal; superyó). Los desarrollos de la teoría freudiana y sus variaciones se desplegaron sustancialmente en tres direcciones: la psicología del yo que inició H. Hartmann, la psicología analítica de C.G. Jung y la teoría lacaniana del “supuesto sujeto”.

LA PSICOLOGÍA DEL YO

Esta corriente psicoanalítica estudia la progresión del principio del placer hacia el de realidad, en la cual el yo, mediante procesos de maduración y de aprendizaje, desarrolla aptitudes para actividades cuya ejecución se vive con placer (gratificación funcional) y que contribuyen a su vez a fortalecer el principio de realidad. Estos procesos de aprendizaje dependen, para Hartmann, de cuatro factores: el grado de madurez del yo, las reacciones del ambiente, la tolerancia del yo ante frustraciones y renuncias, la cantidad de gratificación derivada de los procesos de aprendizaje.

El desarrollo del yo está caracterizado por algunos pasos decisivos, como la constancia objetal, que permite adquirir una relación estable con los objetos incluso en su ausencia, y la señal de ansiedad, producida activamente por el yo para anticipar los peligros y prevenirlos con una reacción adecuada.

La señal de ansiedad activa también los mecanismos de defensa que están a disposición del yo contra los peligros y las amenazas de los instintos; estos mecanismos pueden evolucionar después como estructuras autónomas (autonomía secundaria del yo), o encontrarse regresivamente al servicio del ello o del superyó, tal como en el caso del pensamiento utilizado para dudas obsesivas o de la percepción empleada para exigencias voyeurísticas. En este caso tenemos una agresivización y una sexualización de las funciones del yo.

La liberación de las funciones y de las actividades del yo de su íntimo vínculo con las exigencias instintivas es lo que le permite al hombre un comportamiento más variable y plástico respecto a los requerimientos internos y externos.

PSICOLOGÍA ANALÍTICA

Jung entiende el yo como uno de los muchos complejos que acompañan a la psique (v. complejo, § 2) y a este propósito escribe: “Por ‘yo’ entiendo un complejo de representaciones que para mí constituye el centro del campo de mi conciencia y que me parece poseer un alto grado de continuidad y de identidad consigo mismo.

Por eso también hablo de un complejo del yo. El complejo del yo es tanto un contenido como una condición de la conciencia, ya que un elemento psíquico para mí es consciente en cuanto se refiere al complejo del yo. Sin embargo, ya que el yo es sólo el centro del campo de mi conciencia, no es idéntico a la totalidad de mi psique, sino solamente un complejo entre otros.

Por lo tanto distingo entre el yo y el sí mismo, en cuanto el yo es sólo el sujeto de mi conciencia, mientras el sí mismo es el sujeto de mi psique completa, y por consiguiente también de la inconsciente. En este sentido el sí mismo sería una entidad (ideal) que incluye al yo” (1921: 468).

En esta relación yo-sí mismo (v. psicología analítica, § 4) los peligros son que el yo no emerja de su primitiva identidad con el sí mismo y por lo tanto sea incapaz de afrontar los requerimientos del mundo externo; que el yo sea comparado con el sí mismo, con la consiguiente inflación (v.) de la conciencia; que el yo asuma una actitud rígida ya sin ninguna referencia con el sí mismo, con la consiguiente detención del desarrollo de la personalidad; que el yo no sea capaz de relacionarse con un complejo específico por las tensiones que éste genera, con la consiguiente autonomización del complejo que puede dominar a su gusto la vida del individuo y oprimir al yo.

LA TEORÍA LACANIANA

Esta teoría radicaliza la posición de Freud: “El yo no es patrón en su casa”, con una dislocación de la conciencia en antítesis a la perspectiva egológica y logocéntrica de la filosofía y de la cultura. En esta perpectiva anticartesiana Lacan escribe: “Pienso donde no soy, luego soy donde no pienso” (1957: 513).

El yo, en cuyo nombre habla el inconsciente, no es “sujeto”, sino “sujetado”: “El Yo, por su función defensiva y por lo tanto narcisista, no es otra cosa que el sujeto imaginario, es decir el sujetado, sin verdadera autonomía o libertad de conflictos o de desconocimiento enajenante.” De esto resulta que “El yo está estructurado exactamente como un síntoma.

No es otra cosa que un síntoma privilegiado dentro del sujeto. Es el síntoma humano por excelencia, la enfermedad mental del hombre” (1953-1954: 20) La primacía del inconsciente, de origen freudiano, está acompañada en Lacan con la primacía del orden simbólico, de origen estructuralista, según la cual el individuo está recorrido por una trama impersonal de símbolos y de significados que lo constituyen, pero que él no creó y no domina: “Todos los seres humanos participan del universo de los símbolos, están incluidos y los padecen mucho más de lo que lo constituyen, son mucho más los soportes que los agentes” (1953-1954: 198). En Lacan, por lo tanto, no es decisivo el yo, que es más bien un síntoma, sino el orden simbólico que preexiste a cada yo y lo instituye.

LOS ESTUDIOS DE LA PERSONALIDAD

Estos estudios confieren al yo un lugar central bajo diferentes perfiles:

  • a] como fuente o fin de la motivación, donde los intereses del yo, el amor por sí mismo, la necesidad de autoafirmación, intervienen para suscitar casi la totalidad de los comportamientos;
  • b] como instancia organizadora de la experiencia que se construye sobre la base de las mejores formas –para cada individuo– de adaptación al ambiente;
  • c] como lugar de la autopercepción, que va desde la imagen de sí, pasando por la conciencia de las propias capacidades, inclinaciones, aversiones, hasta la conciencia del ser-aquí-y-ahora.

En el ámbito conductista esta autopercepción se da mediante el examen de comportamientos que se pueden objetivar por medio de reactivos. La contribución más significativa en este campo fue la de G.H. Mead, para quien “el ‘yo’ es la respuesta del organismo a las actitudes de los demás, el ‘mí’ es el conjunto organizado de actitudes de los demás que un individuo asume.

Las actitudes de los demás constituyen el ‘mí’ organizado y entonces el individuo reacciona ante éste como un ‘yo’. […] El ‘yo’ es su acción que se contrapone a la situación social dentro de su conducta, y entra en su experiencia sólo después que él realizó la acción. Entonces el individuo adquiere conciencia” (1934: 189).

En este contexto el yo está pensado como una respuesta al mundo y sólo secundariamente como conciencia de sí (v. otro, § 2).

LA CRÍTICA FENOMENOLÓGICA

La psiquiatría fenomenológica critica en forma radical la noción de yo porque, como escribe R.D. Laing, “términos como mente y cuerpo, psique y soma, ello, yo, superyó, además de dividir al hombre según el sistema de referencia presupuesto, se refieren a él como a una entidad aislada cuya cualidad esencial no es la de estar en relación con los otros y con el mundo” (1959: 23).

Entonces, si la locura es precisamente la “escisión” del hombre, su “lejanía” de los demás, su “extrañeidad” respecto al mundo, ¿cómo se puede pensar en aliviar aplicando una doctrina cuyos principios son la reproducción exacta de los elementos de la locura? ¿Cómo se puede pensar en conducir a la unidad de su esencia a un hombre “en pedazos” sirviéndose de una doctrina que nunca ha conocido la unidad, sino siempre y sólo la yuxtaposición de los “pedazos”?

El esfuerzo de reconstrucción de las ciencias psicológicas que nunca han conocido la unidad del hombre, sino siempre y sólo la composición de las partes que la ciencia ya entregó a los diferentes sistemas, se parece –concluye Laing– “al esfuerzo desesperado de los esquizofrénicos por recomponer su yo y su mundo disgregados” (1959: 24).

La noción de yo es sustituida por la fenomenología con la noción de presencia (v.) donde no hay una subjetividad (yo) que se relaciona con una objetividad (mundo), sino una relación original que hace del hombre un ser-en-el-mundo más allá de la escisión sujeto-objeto, útil a la ciencia y a su metodología, pero incapaz de reproducir y describir la manera en la que el hombre es en el mundo (v. análisis existencial, § 1).

 

Fonte: Allport, G.W. (1955); Freud, A. (1936); Freud, S. (1922); Freud, S. (1938); Hartmann, H. (1966); Jung, C.G. (1921); Lacan, J. (1953-1979); Lacan, J. (1957); Laing, R.D. (1959); Mead, G.H. (1934); Wylie, R.C. (1961)

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